domingo, 19 de mayo de 2024

La ansiedad

La entrada de hoy es muy personal. Tanto, que prefiero no compartirla en redes sociales. Sí, lo sé, ¿por qué escribirla en un blog público al que tarde o temprano va a llegar la gente? Si no quiero que se lea, mejor escribirlo en un cuaderno o dejar esta entrada como borrador. Pero bueno, yo soy así. Por un lado creo que me va a venir bien expresarme y, por otro, creo que me hará bien de cara al futuro, cuando esté bien y pueda leerla y darme cuenta de que he superado un bache gordo. Y antes de seguir escribiendo quiero advertirte de dos cosas: si estás pasando por un proceso parecido puede que te afecte, así que quizás este no es el mejor momento. Por otro lado, si no te he hablado personalmente de esta situación, prefiero que no me la vayas a comentar por privado.

Actualmente estoy de baja por ansiedad. No es la primera vez; de hecho, la ansiedad y yo hemos tenido una relación bastante estrecha desde hace años. Fue quizás allá por ¿2007? cuando tuve mi primer ataque de pánico. Hasta entonces, yo no sabía ni qué era eso, pero echando la vista atrás puedo comprender que la ansiedad ya había aparecido mucho antes.

Ciñéndome de momento al presente, te cuento que ya estando en vacaciones empecé a encontrarme... mal. Ese pinchacito en el pecho que no se va, esa dificultad para dormir... en fin. Hace tiempo estuve yendo a terapia. Tuve otro ataque fuerte (cuando digo ataque fuerte me refiero a que acabo en urgencias) y tomé la decisión de buscar ayuda. Mi psicóloga me dio herramientas para gestionar la ansiedad y estuvimos trabajando en qué podía provocarla. Solucionamos algunas cosas y otras no, y hoy por hoy no volvería con ella por la simple razón de que cobra 30€ más la hora que entonces, y yo no me lo puedo permitir. Ya me venía muy apretado entonces, ahora es imposible. Aparte, a raíz de varias cositas que luego voy a comentar, tengo la sospecha de que, aunque es muy buena psicóloga, no tiene la especialización que necesito.

El caso es que, bueno, con las herramientas que me dio estuve intentando tirar palante, pero no fueron suficientes. Volver de las vacaciones fue duro. Muchísimo malestar durante los turnos, el constante pensamiento de que me iba a desmayar y, lo peor de todo, muchos días seguidos pensando que en realidad estaba a punto de sufrir un ataque al corazón. No solo eso: se dio la coincidencia de que volvió a darme tos (soy asmática y desde que tuve COVID, me da bronquitis varias veces al año) y allá que iba yo, convencidísima de que tenía cáncer de pulmón. Mi parte consciente y racional me decía que nada de eso era cierto, pero imagina tener un conflicto interno 24/7 con esas dos versiones de mí misma: la que decía que estaba todo en mi cabeza y la que decía que me iba a morir pronto. Lo malo es que la segunda versión es la más insistente, y no contenta con meterme ese miedo, se encarga además de hacerme sentir culpable por dejar a Sergio solo si me muero, mientras que la primera versión me hace sentir culpable por... básicamente por ser tan gilipollas.

Quizás, si tú nunca has pasado por esto (ojalá que no), no alcances a comprender la velocidad que adquieren los pensamientos y la cantidad de ruido que se instala en tu cabeza. Créeme: no es bonito.

Imagina que me estaba sintiendo así constantemente durante muchos días. Fueron como dos semanas. En el trabajo, durante la primera semana desde que me incorporé tras las vacaciones, tuve a una encargada que es un amor de persona. Le expliqué simplemente que estaba mal, sin entrar en detalles, y le pedí que evitara ponerme cara al público. Su respuesta fue que no me preocupara, que ella se buscaba la vida. Mi petición no era capricho: a nadie le gusta trabajar cara al público, pero lo hacemos porque es lo que toca, yo incluida, pero sé cuándo me va a afectar seriamente. Trabajar atendiendo clientes, en estos momentos, para mí significa tener una grandísima cantidad de estímulos que no puedo gestionar. Es tener que aguantar una fachada agotadora, porque no te puedes mostrar seria o mal ante los clientes. Y es enfrentarme a situaciones demasiado aleatorias e imprevisibles sobre las que no sé si voy a poder mantener el control. En circunstancias normales esto no es un problema, lo hago sin mayor dificultad, pero me conozco a mí misma lo suficiente como para saber cuándo no soy capaz. Por suerte, no tuve que explicarle nada de esto a la encargada, ella respetó mi petición.

Y entonces llegó el lunes. Estaba esta encargada, pero la que mandaba en ese turno era otra. Para empezar, me amplió el turno. Error mío haber aceptado, pero es que mis horarios a la vuelta de vacaciones eran muy justos, y me convenía trabajar horas extras. ¿Qué demonios? No: yo no tuve la culpa, la culpa la tuvo el capitalismo. El caso es que me dijo desde un principio que el turno extra era para ayudar en el cumpleaños. Eso fue días antes. El mismo lunes, yo le escribí un whatsapp diciéndole exactamente lo mismo que a la otra encargada: que estaba mal y que por favor hiciera lo posible por no ponerme cara al público. No me respondió nada. Solo escribió «sí», pero fue en referencia a otra cosa que le había dicho.

Cuando entré al turno me dijo que «con calma y tranquilidad» fuera a la zona de juegos a preguntarle a la que llevaba el cumpleaños qué tenía que hacer. Estamos hablando de un recinto cerrado con 25-30 niñes gritando más los padres y abuelos hablando alto para hacerse oír por encima de todo ese estruendo. ¿Te imaginas cómo me afectó ese estímulo? Y menos mal que no tuve que quedarme ahí dentro, solo entrar en varias ocasiones y salir.

Es cierto que yo era la única empleada que podía cubrir ese puesto. Pero es que ella podría perfectamente haberse cambiado por mí, dejarme en la cocina que es el sitio donde mejor estoy porque puedo controlar la situación y ayudar ella con el cumpleaños. Sabía que estaba mal y aun así su única solución fue decirme que me lo tomara «con calma y tranquilidad». Ella, que también sabe lo que es tener ansiedad, al parecer no sabe que no se trata de eso. Pero bueno.

Lo superé respirando hondo, apretando mucho la mandíbula y pensando que una vez terminara el cumpleaños, que por lo general duran hora y media, ya me mandaría a la cocina. Pues no. Me puso a atender a los coches, que es, quizás, el peor puesto para estar en mitad de una crisis de ansiedad. Si un montón de niños asilvestrados suponían un exceso de estímulos, imagina estar dentro del restaurante con el pinganillo puesto, atendiendo a una persona a través del auricular mientras otra te habla en la ventanilla, las señales acústicas de las freidoras no paran de sonar, entran pedidos para llevar a domicilio que hay que montar  y tú eres la única persona que puede hacerse cargo de todo eso. Repito: en circunstancias normales puedo con todo eso y ni pestañeo, pero llevaba dos semanas con una angustia y unos pensamientos intrusivos brutales. Pensamientos a los que había que sumarle uno constante: el del malestar que me provocaba que mi encargada, sabiendo que me encontraba mal, no me quitaba de ese puesto.

Poco a poco, dejé de poder disimular. Soy experta en ocultar mis sentimientos cuando estoy mal, incluso al principio de turno estuve de cachondeo. Pero llegó un punto en que ya no podía seguir con esa fachada, y del mismo modo en que se me da bien ponerme esa máscara, cuando se me cae, se me cae, y se me nota muchísimo. A partir de aquí, por desgracia no sé distinguir si esto fue percepción mía o si fue la realidad, pero tengo la sensación de que a la encargada le sentó mal verme la cara. Se trata de una persona con muy mal genio y cero tolerancia a la frustración que, cuando algo escapa a su control, lo paga con los demás. Así que no es una exageración suponer que, para ella, el que yo estuviera seria y contestara con monosílabos, fuera motivo para frustrarse y, por tanto, pagarlo conmigo. Así que ahí estaba yo, con una angustia horrible en el pecho, los oídos taponados (esto también es por culpa de la ansiedad), empezando a marearme, el pensamiento recurrente de que había una persona que podía mejorar mi situación y que no lo hacía porque no le daba la gana y la percepción de que esta misma persona estaba enfadada porque yo estaba mal. Tengo que puntualizar que, cuando se enfada, se vuelve muy desagradable. Habla a todo el mundo con muy mal tono, grita, incluso da empujones si estás en su camino... enrarece una barbaridad el ambiente de trabajo y logra hacerte sentir mal incluso cuando estás bien. Hubo una frase que me dijo, hace muchísimos años, que se me quedó grabada: «si yo estoy mal no voy a dejar que los demás estén bien».

Cuando ya estaba al límite y sentía que no podía más, esta persona me tiró un helado a la mesa que tengo para poner los pedidos de los coches. Sé que no se cayó por accidente porque yo estaba tan mal que no podía hablar apenas, ella me preguntó si hacía falta que me pusiera ese helado y yo le respondí moviendo la cabeza. Lo normal cuando una compañera o compañero me lleva los helados que necesito para mi pedido es dejarlos o bien donde se colocan todas las bebidas, que es una mesa aparte, o bien en una mesa que tenemos en el centro de la zona del mostrador. Ella se aseguró de que yo me enterara muy bien de que la había puesto de mala leche lanzándolo delante de mí, por tanto el helado se cayó. Desde ese momento ya no pude hablar.

Eran casi las diez, ya había dos compis más trabajando en la cocina, uno de ellos llevaba puesto otro pinganillo para escuchar lo que pedían los coches. Se dio perfecta cuenta de que me estaba pasando algo porque justo en ese momento llegó un coche y solo pude decirle que lo atendíamos enseguida, sin que apenas me saliera la voz. Me miró y le gesticulé para que cogiera él el pedido, y tuve la gran suerte de que la otra encargada acababa de acercarse y me vio la cara. Fue ella la que me dijo que dejara el pinganillo y fuera a sentarme un rato.

La angustia que sentía en ese momento fue... horrible. No podía parar de llorar, hiperventilaba tanto que me mareé muchísimo, me hacía daño la luz y no podía hablar. No pude hablar durante horas, hasta que me hizo efecto el diazepam que me dieron en urgencias. No puedo explicar bien por qué esta pérdida del habla. Primero era porque intentarlo me aumentaba muchísimo el nivel de angustia y el llanto me lo impedía, pero luego era por falta de fuerzas, como que estaba tan agotada física y mentalmente que hablar era demasiado para mí.

Por suerte, Sergio estaba disponible. Era su día de descanso, pero tuvo que ir a su restaurante para unas gestiones, y pude avisarlo por Telegram. De hecho, es que dio la casualidad de que me había llevado y pretendía recogerme a mi hora de salir. Casualidad o tal vez causalidad, porque si bien no tenía ni idea de que esto me iba a pasar, agradecía no tener que conducir de vuelta a casa. Mientras estaba en el cuarto de empleados todavía en esas condiciones, la encargada comprensiva terminó su turno y vino a quedarse conmigo todo el tiempo. Me sujetó la mano y creyendo que yo no había avisado, llamó a Sergio también, y no se fue a su casa hasta que me dejó sentada en el coche. No sabe lo agradecida que estoy por eso, aunque ya se lo dije, pero es que no tiene ni idea. ¿La otra? La otra vino en determinado momento a decirme, en muy mal tono, que hiciera el favor de llamar a Sergio y que si no iba a trabajar al día siguiente que avisara con tiempo suficiente. Y no solo no me ha preguntado cómo estoy en todos estos días, sino que me ha dicho un pajarito que me culpabiliza a mí de la situación porque no le pedí que me metiera en cocina. Sin comentarios.

Desde entonces estoy de baja. Hoy es domingo, mi baja se revisa el martes y no estoy preparada en absoluto para incorporarme a trabajar. De hecho, no siento que haya mejorado demasiado. No he podido salir de casa en estos días, solo pisé la calle el martes por la mañana para ir a mi doctora y a la farmacia a comprarme diazepam. He tenido más crisis, más leves pero crisis al fin y al cabo, y me genera mucho rechazo la idea de salir. Esta tarde vendrá una amiga. Vamos a tomar un café por ahí y a jugar una partida de Go, y yo sé que es bueno para mí que me dé el sol, pero confieso que me da mucho miedo. Creo que la ansiedad ha derivado también en principio de depresión, y sé perfectamente que lo que menos me conviene es la inactividad, pero no me veo capaz. En esta semana no he limpiado en casa, no me duché hasta anteayer y en general estoy apática o directamente triste. Y por supuesto, el pinchazo del pecho aunque sí es algo más leve, sigue ahí.

Mi doctora decidió derivarme a salud mental. Me dijo que necesitaba hacerme una analítica completa para tener la autorización. Yo no tengo ni idea de por qué, pero de todas maneras ya necesitaba hacerme una para controla la tiroides y llevaba posponiéndolo tiempo, así que ya tengo la cita. El problema es que para cuando al fin pueda ir a la psiquiatra esto ya habrá pasado, pero iré igualmente. Iré porque necesito saber de dónde me viene esta ansiedad y por qué hay tantos momentos en mi vida en los que siento que no he sido una persona... normal. Al mismo tiempo, también es posible que en la mutua valoren mi estado mental. Deberían llamarme mañana para concretar.

Y es que, por muchas razones, empiezo a tener la sospecha de que la principal causa es porque soy autista. No tengo diagnóstico ni me lo he autodiagnosticado yo, pero lo cierto es que hace tiempo que una persona de mi entorno empezó a sospechar que tenía alguna neurodivergencia y, al tener confianza conmigo, me fue pasando videos de la comunidad autista. TikTok puede ser un pozo de desinformación, bulos y bailes absurdos pero también hay una comunidad grandísima de personas que, de manera altruista, comparten información veraz. El algoritmo decidió que me interesaban esta clase de videos y empezó a mostrarme más, y cuanto más veo, más identificada me siento. Quizás estoy equivocada, quizás simplemente soy rara, o no soy la adulta madura y funcional que debería ser, pero veo demasiadas coincidencias.

Obtener un diagnóstico de autismo a mi edad, (43 años) es muy difícil, y en las mujeres es aún más difícil de ver. Además, no puedo pagar a un especialista privado, que es todavía más caro que mi psicóloga. Por tanto, tendré que confiar en la seguridad social, porque no creo que la mutua gaste tiempo y dinero conmigo si su interés es que me incorpore al trabajo lo antes posible. Hoy por hoy, no tengo energías para buscar otras vías, ya bastante me ha costado sentarme a escribir esta entrada.

Ayer me decía una amiga que es normal que tras la experiencia del lunes pase varios días en modo tábula rasa, esas fueron sus palabras textuales. Ojalá tenga razón. La vez anterior (hace, no sé, cinco o seis años), mis síntomas en pleno ataque fueron espasmos musculares que me duraron varios días. Mi doctora, que era otra y que por cierto me echó la bronca por estar mal, ajá, me recetó un buen cóctel de pastillitas que me tenían hecha un zombi todo el día. Esta solo me ha dado diazepam para cuando tenga otras crisis, y yo por mi cuenta y riesgo me estoy tomando uno para dormir básicamente porque me da miedo acostarme y perder todos los estímulos controlados que me mantienen la mente ocupada. Anoche ya reduje la dosis a media pastilla y creo que me ha venido bien, pues ha sido el primer día que no me levanto a mediodía con miedo de afrontar el día. Pero por lo demás, sigo en ese estado como de pausa. Y, lo que es peor, con la sensación de que no voy a mejorar y la culpabilidad que viene unida porque no estoy trabajando y por tanto voy a cobrar una miseria, porque tenía un planazo con mi hermano, al que veo dos veces al año porque vive en Alicante y no voy a poder ir y porque tengo una persona a mi lado a la que estoy cargando con todo.

Sergio, tengo que decirlo, me apoya de la mejor manera que podría desear alguien en mi situación. Siempre intenta aliviar mi humor y desviar mi atención cuando tengo la cabeza a todo trapo, me escucha sin importar el momento y, esto es muy importante, no me presiona para que esté bien. Esto es muy clásico. La gente lo hace de buena fe y con la mejor de las intenciones, pero resulta que presionar, expresar de algún modo que hay que ponerse bien rápido o decir cosas como que te fuerces a salir y a hacer actividades que te van a beneficiar, consigue el efecto contrario. Y yo tengo la tremendísima suerte de tener un entorno muy seguro a este respecto. Tengo muy pocas amistades: en Málaga solo somos un grupo de seis. Después tengo dos amigas de otras ciudades que, aun teniendo también cada una sus propias historias, están ahí para escucharme. Y lo dicho: mi pareja. Para el capitalismo está claro que no interesa dejarme sanar sin presiones y con tiempo, pero en este paréntesis de mi vida, me alegro muchísimo de no tener esa presión en ningún ámbito.

Así que bueno, poco a poco. Mi única prisa por estar bien es porque, como es lógico, no quiero sentirme mal. Y cuando vuelva, a ver qué tal esa vía del diagnóstico. No me atrevo a sugerirlo en el trabajo porque sé perfectamente lo que me van a decir «tú no eres autista, que te conozco desde hace años», porque claro, no saben lo que es enmascarar. Y sé que me va a hacer mal esa respuesta. Pero, como no hago daño a nadie, sí voy a probar a ver qué tal me van algunos de los consejos que la comunidad autista comparte en TikTok: ya tengo cascos para aislarme con musiquita, tengo tapones para los oídos, me he hecho con un anillo que gira y que es magnífico para mantenerme la mente centrada y voy a dejar de forzarme a permanecer en un sitio con mucha gente o que me incomode de algún modo, siempre y cuando me sea posible, claro.

Otras cosas como mi miedo patológico e irracional (porque no viene de ninguna mala experiencia) a salir sola, mi incapacidad de afrontar tareas que no quiero hacer, como limpiar la casa o hacer gestiones o por qué la mayoría de las veces no identifico mis sentimientos negativos, supongo que lo iré viendo con muchísima paciencia con la psiquiatra. No sé hasta qué punto me va a funcionar teniendo en cuenta que entre una cita y la siguiente pueden pasar mínimo tres meses, pero bueno digo yo que menos es nada, ¿no?

Ya decidiré también si abordar lo del autismo en más entradas de este blog mientras ese diagnóstico llega (o no). Por ahora, no sé decirte si escribir toda esta entrada me ha venido bien por el hecho de expresarme o porque ha sido mi motivación para levantarme de la cama hoy y mi ocupación durante toda la mañana. En ambos casos, me sirve.

3 comentarios:

  1. 🫂🫂🫂(con permiso, claro)

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  2. He dejado el comentario de forma anónima. Ole, yo. Bueno, aquí van más achuchones de una persona despistada pero que te aprecia pechá 💖

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